Trina

y las labores de hacer memoria

Trina

Fantaseé durante casi tres años con que llegaría a escribir esto que estoy escribiendo ahora. Pero, desde que tengo el material para hacerlo, he estado postergando como por una semana el sentarme a escribirlo.

¿Por qué? —te preguntarás. Quizás es porque cuando comencé, no pensé que la labor en sí, me acercaría tantas veces a la felicidad. No es un proyecto patrocinado, ni un proyecto en conjunto con otras personas, no uno que me traiga ingresos monetarios o siquiera contactos, tampoco la moneda devaluada de la visibilidad. Aun así, se siente de una relevancia que merece ser celebrada.

En enero de dos mil veintidós, después de pasar cuatro años luchando con la enfermedad —por segunda vez—, mi mamá murió de cáncer de mama. Tuve la suerte de acompañarla durante la totalidad de ese tiempo y que viviéramos en el mismo edificio parte de esos años que, además, si nos ponemos en situación recordaremos fueron pandémicos.

En el verano de ese mismo dos mil veintidós, recuerdo tener una conversación con mi prima que me contestaba algo como — sí, lo que entiendo que estás diciendo es que, dentro de lo malo, todo ocurrió como en el mejor de los casos y de todas formas te dio durísimo (estoy parafraseando).

Esa conversación se quedó conmigo porque sentí que era verdad; que aún en el escenario donde mi mamá pudo tener acceso a tratamiento, cuidados y la compañía de su familia hasta el último momento, ver su cuerpo no corresponderle en sus ganas de vivir, el hecho de que ella no esté y prepararme para su muerte, ha sido lo más difícil que haya tenido que hacer.

Para llegar al por qué de este proyecto, vendría bien que supieras algunas cosas sobre mi mamá, y sobre mí, sobre las dos, realmente. Lo primero que tendríamos que abordar es lo de aquel estereotipo de que las niñas «somos de papá»; aparte de la obviedad de que todo estereotipo es un constructo social y que este en particular asume familias de parejas heterosexuales, igualmente, cuando se me planteaba de pequeña o de adolescente, no me parecía realista. Una idea lejana aplicable, quizás, a alguien que no era yo.

Mi mamá fue una persona introvertida. Tal vez nunca la escuché etiquetarse de esa forma pero desde hace ya mucho tiempo, reconocí mis comportamientos en los suyos y entendí los «no seas como yo» que me soltó alguna vez, intentando quizás transmitirme las desventajas de ser como era, a ojos de los demás. O, al ver su energía agotarse estando en grupo y en ciertas situaciones sociales, al querer irse temprano de los sitios para la estupefacción de algunos presentes y que sus expresiones faciales serias fueran ampliamente incomprendidas, por poner algunos ejemplos.

Creo que sabes hacia dónde voy, su advertencia era estéril; yo ya presentía que era como ella y ella veía esa similitud. No en todo, está claro, pero su personalidad y la mía se parecían, desde temprano. La introversión siendo sólo un porcentaje de los aspectos en los que nos parecíamos. Así es que, creo que no exagero cuando digo que en enero de dos mil veintidós, se fue mi gran referente.

Pero, Adriana, ¿el proyecto? Bueno, el caso es que he estado aprendiendo a coser una colcha con la ropa de mi mamá, de forma autodidacta. Empecé, si no me equivoco, el dos de febrero del dos mil veintidós (¿numerología? ¿alguien? ¿no? ¿portal?) y, con pausas de meses pero también varios maratones de costura para desquiciadas, la terminé el doce de julio del dos mil veinticinco.

aquí está (foto del 26/07/25)

Nunca había hecho nada ni remotamente cercano en tamaño o en habilidad requerida. Para que puedas hacerte una idea de mi nivel cuando comencé, ni siquiera sabía la diferencia entre patchwork y quilting (puesto que una cosa es elegir el diseño del frente de la colcha y otra cosa es acolchar, que es un arte diferente); por tanto, no tenía noción de en lo que me estaba metiendo, sólo sabía que no quería desprenderme de toda su ropa y que podía coser recto en una máquina de coser. También, y no menos importante, sabía que ella siempre había querido aprender a coser a máquina y sin embargo, siguió cosiendo a mano hasta casi los últimos días, dejándonos una gran variedad de piezas zurcidas y un montón de alteraciones en su propia ropa que podrían categorizarse de audaces. Lo que me lleva a:

Underconsumption core1.

Me hace gracia toparme justo esta semana con este término que anda dando vueltas por internet, y que se define como «una tendencia que alienta a las personas a consumir menos y apreciar lo que ya tienen. Promueve la atención plena en las compras y la sostenibilidad, centrándose en usar artículos hasta que ya no sean funcionales en lugar de comprar constantemente otros nuevos».

Basadas en esa definición, podríamos concluir que finalmente está de moda ser mi mamá. Pero con todo y eso, sé que sólo le levantaría sospechas porque «son cosas obvias, Adri ¿no te parece?».

Antes pensaba que nuestra capacidad para mantener el recuerdo de una persona dependía de que fuéramos capaces de describirla. Ahora pienso lo contrario: están con nosotros mientras no logremos cumplir esa tarea.

~Marcin Wicha, Cosas de mi madre

El estar en ‘conversación’ con su ropa durante estos años, me ayudó a ver que, emplear así el tiempo de duelo y terminar con este objeto suave en las manos, no es sino otra manera de crear archivo, de crear memoria. He pensado muchísimo en ella, en su estilo de antes comparado con la ropa que podía usar en la última etapa de la vida, en los colores que le gustaban, en su forma de hacer los bajos o de agregar cintas elásticas a sus pantalones preferidos en vez de comprar pantalones nuevos.

Documenté parte del proceso y fui escribiendo notas que me surgían de las prendas, fui tomando algunas fotos, haciendo algunos vídeos — que no compartí en internet ni con nadie — y la realización a la que llegué es que todo, en conjunto, no es un vídeo de media hora, ni el contenido de esta newsletter, no tiene forma de taller y mucho menos de una serie de reels. Todavía no sé qué forma tiene pero se parece a un canal nuevo por el que quiero ver qué hay.

Mi amiga Laura, que hace las mejores preguntas, me preguntó si sabía cuántas horas me había tomado la colcha y no le supe decir. Antes, a raíz de aquel taller que no vendí, me preguntó si es que no esperaba demasiado a tenerlo todo atado para compartirlo, es decir, hacer uso del popular «se vienen cosas».

Por tanto, mi petición de hoy es simple. Si te apetece, como a Laura, saber qué cosas son las que se vienen y no te importa que estén desfragmentadas y sin forma, puedes apuntarte aquí a ser atestiguante del proceso2. Lo único que sé es que será un proceso fuera de las redes sociales dónde explorar el archivo, la memoria y el hacer —con las manos o no —.

Y la madre sobrevivió
tan magnífica en el dolor como lo había sido antes
dentro de la alegría.

~Cristina Rivera Garza, Los textos del yo

Trina, mi mamá, pocas veces encontró suficiente motivación para tirar algo que ella considerara todavía entero y guardó a veces cosas sin estrenar por décadas, casi como quien se prepara para vivir por siempre. Esta vez no pudo ser, pero mientras cosía esta manta encontré, sin querer, una manera de celebrar lo que sí vivimos.

Adriana


  1. vídeo de Helena Sardà donde lo explica

  2. lista encriptada y privacidad protegida con cryptpad.fr y no googleforms