radicalidad e ingenuidad

sí me voy de substack y de instagram en cierta forma ya me he ido

radicalidad e ingenuidad

Comienzo por el paréntesis:

Estoy ofreciendo compartir lecturas por un mes bajo «la casa», un taller que he creado en torno a los cuartos y objetos para lo políticamente personal. Será presencial en la librería La Repunantinha y me gustaría mucho que nos viéramos allí. Puedes inscribirte aquí. Comenzamos el 8 de noviembre.

Cierro paréntesis.

Tal vez porque he estado trabajando en el contenido del taller que mencioné arriba, también he estado pensando con más intensidad en mi(s) casa(s) de internet. Pero a quienes habéis estado más atentas a esta newsletter, os constará que es desde hace aún más tiempo. De hecho, quienes tengáis memoria de lo que escribí allí — lo cual sería tremendamente halagador pero quizás poco realista— sabréis que también os mentí. Dije que no tomaría ninguna decisión radical como la de abandonar esta plataforma.

Me lanzo a escribir sobre ello porque creo que el hogar que optamos darle a nuestros contenidos online se parece cada vez más a un «ser o no ser» digital. Apuesto porque os interesa y puede que me equivoque. Lo siento si es así.

radical

Pero empecemos por instagram.

Empecemos porque secretamente he estado peleada con el adjetivo que titula esta sección. Es decir, he pensado en cosas que quería hacer y cuando mentalmente las categorizaba bajo «radical», dicha categorización inconscientemente las descalificaba.

No quería ser radical dejando las redes sociales porque es allí, específicamente en instagram, donde pude darme cuenta que me gustaba escribir mucho más de lo que yo sospechaba y porque es allí donde me inspiro de muchas de vosotras y donde hemos hecho vínculos que han durado, en algunos casos, hasta hoy.

Sin embargo, siento la necesidad de ser radical ante la evolución de instagram. Siempre me ha generado bastante incomodidad lo mucho que demanda que trabajemos para ella, para mantenernos en la superficie, o como dicen los gringos top of mind. Supongo que lo que me estoy pidiendo a mí misma es creer que lo que comparto es relevante, aun fuera de la línea de producción y sostener espacios donde la atención sea más sagrada. Supongo también que es lo que siempre ha significado esta newsletter para mí.

No es que no me guste hacer reels porque me lo paso en grande haciéndolos, sobre todo cuando ya encontré la canción y sé lo que quiero decir. Simplemente es que no quiero ser parte de la maquinaria de reels para mantenerme a flote. Y sobre todo, no quiero tener que desear que estéis allí para que me veáis, cuando cada vez más busco limitar el tiempo que paso en la app. Lo encuentro poco sincero.

Sé que en mi caso es más sencillo porque mis ingresos no dependen de cuánto me publicito en instagram, pues tengo otro trabajo con el que tengo mis propios menos y mases. Y aunque eso es verdad, intenté muchas alternativas antes de las radicales pero ninguna cubría la hipocresía de pediros atención en un sitio que ya se siente hacinado y que otorgará cada vez más porcentaje de la atención al slop de la IA. Lamentablemente ese sitio es instagram, una app que no está interesada en potenciar el contenido hecho por humanas. Yo todavía, sí, perdón.

ingenua

¿Me he curado de querer ser visible? No. Una de las muchas cosas que he aprendido en terapia es en lo muy humano e instintivo que es querer ser vista y querer sentirse parte. A mediados de este año, sin ir más lejos, no me invitaron a una fiesta a veinte minutos de mi casa donde iba casi toda mi familia y fui recordada de lo mucho que puede doler la no pertenencia al grupo.

Así que esta no es una discusión sobre cómo estoy por encima de esta necesidad básica. Es más una discusión sobre si puedo sentirme visible en otras partes. Ponerme en una posición de conejillo de indias.

Sobre todo, es una discusión acerca de la renuncia a la conveniencia a la que estoy acostumbrada. Al fin y al cabo, es fácil scrollear y es conveniente tener un software para crear videos como churros en una misma app donde puedes escribir textos y editar fotos, y donde ya parece estar todo el mundo. Todo lo anterior ya aplica también a substack, sumándole la capacidad de alojar podcasts.

Entonces, ¿por qué intentar inventar la rueda cuando ya está inventada? Lo que he aprendido [1]es que la conveniencia no lo es todo y que, los espacios creados con infraestructuras algorítmicas y difíciles de escapar, no son lo mejor de internet, tampoco nos hacen bien a las personas que consumimos contenidos en internet y tampoco beneficia a las ideas[2] en general (sabemos a quién beneficia exactamente; a los cuatro multimillonarios que montaron el modelo reinante).

Con mi ingenuidad bajo el brazo y leyendo mucho sobre el asunto, he encontrado y sigo buscando otras alternativas. Tal vez os interese ser parte del camino de experimentación, acompañarme en este, si ese es el caso, me haría ilusión saberlo.

una disculpita y conclusiones

Me quiero disculpar porque cuando mudé la newsletter a substack en enero de dos mil veinticuatro, lo hice sin tomar mucho de lo anterior en cuenta — porque ignoraba gran parte de la problemática y los factores en los cuales fijarme — y sé de primera mano que algunas de vosotras os abrísteis la cuenta aquí en substack para poder dejarme un comentario o ver las publicaciones largas más cómodamente. Me temo que os vendí gato por liebre. Me temo que me seguiré equivocando, pero otras, acertaré.

Desde entonces, la plataforma ha optado por desarrollar y darle prevalencia a “Notes” que es una versión de “Threads” o “X” pero dentro de la app en sí, esa entre muchas otras decisiones que huelen a distracción constante y a «me quieres tener aquí enganchada». No voy a entrar en todas las implicaciones porque no puedo pretender explicar lo que apenas estoy aprendiendo, pero quería ser transparente en el proceso.

Como usuaria de instagram, puedo contaros que me he desinstalado la app del móvil y sólo la he descargado en esos momentos en que debía usarla de cartelera informativa de cara al taller de lectura que viene, lo que se siente incongruente en un espacio que no he cultivado en mucho tiempo. Durante el día, abro la versión web (intento brevemente) para permitirme las risas de los reels que compartimos via mensaje privado con amigas y miembros de la familia o dar unos cuantos likes a las bendecidas del algoritmo en ese día. Os lo cuento no porque crea que esto es la respuesta radical de la que hablaba antes, sino para que veáis mis dudas y dificultades.

Si todo sale bien, esta será la última publicación que recibiréis de mi parte en substack, puesto que ya estoy poniendo en marcha una de mis nuevas casas en internet. Lo que sí sé seguro es que a donde vaya no será perfecto pero se sentirá — espero— más coherente.

Necesito recalcar que, debido a todo lo que os he contado, a partir de ahora vuestra interacción con estos e-mails cobra más importancia que nunca —para mí — y que, lejos de ahogaros en desesperanza, espero os abra a posibilidades y canales nuevos. Si al cabo de unas semanas me echáis de menos en vuestros buzones de correo, buscadme en spam por si acaso y guardadme, si lo créeis justo, en un lugar mejor.

Adriana


  1. La viralidad del mal, Proyecto Una; Contra Chrome, Scott McCloud; Las redes son nuestras, Marta G. Franco.
  2. Joan Westenberg se pregunta ¿qué tipo de mundo obtenemos cuando la replicación es la moneda más alta de la creencia? ¿Qué le sucede a una sociedad cuando sus ideas dominantes son las que mejor se adaptan a la selección algorítmica? (…) “Cuando los movimientos ideológicos priorizan la viralidad, pierden complejidad. Cuando el discurso político se vuelve memético, pierde coherencia. Y cuando la creencia se optimiza para la transmisión, la sinceridad se convierte en una desventaja.” ~Joan Westenberg, on Why the best ideas don’t always win.