escribir la vida
una tarde con Annie
Es lunes doce de mayo y hoy tendría que haber empezado un taller que propuse facilitar a partir de esta fecha, sin embargo, no se dio. Y siento que de esto casi nunca se habla, de cuando las cosas no salen, cuando no convences a la suficiente gente de tu propuesta. Quizás solo se cuenta una vez ya es habitual que salgan adelante y la persona implicada se siente con la suficiente distancia para decir; «¡ah! pero, no os equivoquéis, no solían salir».
Por la anteriormente mencionada falta de quórum, en vez de estar repasando el contenido del taller o remeneando el orden de las ideas, pasé la tarde de ayer, domingo, leyendo el fotodiario de Annie Ernaux en esta preciosíma edición de Cabaret Voltaire, que han titulado Escribir la vida y que me compré en un impulso hace cinco días. Pocos libros míos gozan de semejante trato preferente; ser leídos inmediatamente tras su adquisición, pero el libro no solo ha recibido dicho beneplácito sino que para mi satisfacción, ha estado a la altura de éste.

Cuando no convences a la suficiente gente de tu propuesta, el ambiente toma ese cariz de irresolución que no es agradable de sostener como cuando una amiga se levanta de tu cena de cumpleaños sin decirte por qué y procede a no contestarte los mensajes nunca más, en la vida. Bueno, tal vez así, así, tal cual, no es. Pero irresolución, al fin y al cabo.
Entonces, con la lectura de este fotodiario no solo me estoy saltando todos los otros libros que estaban aguardando pacientemente su turno en mis estanterías sino que además me estoy saltando en particular el orden que acordé con Annie Ernaux —sin que ella lo sepa o le importe — en el que la iba a leer: por la fecha en la que publicó sus libros. Así es que había empezado el año pasado (o ¿hace dos?) con Los armarios vacíos y ahora interrumpo mi propio acuerdo con Escribir la vida, cuando me esperaba antes Lo que ellos dicen o nada. En este punto me parece importante asegurar que estos comportamientos míos no me generan mortificación ninguna y los condono siempre en base a la preservación de esta actividad que me ha dado tanto; leer.
Con «irresolución, al fin y al cabo» me refiero a una mezcla de enfado, tristeza, decepción, ambigüedad, sentir el rechazo, un no saber cómo hacerlo mejor, haberlo hecho mejor, una falta de cierre.
Si bien la falta de cierre es — creo— mayoritariamente reconocida por ser una experiencia desagradable, Ernaux cambia mi parecer cuando la menciona en el contexto de los diarios: «…la realidad subjetiva del diario, con los sueños, las obsesiones, la expresión en bruto de los afectos y la reevaluación constante de las vivencias pasadas.(…) Creo que hay que considerarlo otro texto, con aperturas, sin cierres, portador de una verdad distinta de la de los demás.»
A mi entender es el acto de iterar en la página lo que le confiere valor; ese acto de insistencia ante las cosas que parecen subjetivamente reales, como el diario, o como también, — por qué no, me aventuro a agregar — una imagen de éxito propia.

Annie Ernaux también habla del rechazo y del éxito en su diario. En 1963 habla de «sacar fuerzas para seguir creando» después de recibir los rechazos de las editoriales que no publican sus novelas. Y, en 1984, tras ganar el premio Renaudot habla de esa «gloria» que le sobreviene y le da miedo «como si hubiera sabido desde siempre que un día compensaría las penalidades de mi padre, como si volviera a la infancia, a la feria, y me pregunto qué relación tiene eso con lo que vivo (…)»
Finalmente, en 1990, ella misma se responde en una entrada del seis de agosto donde dice: «No trabajo con palabras, trabajo con mi vida».
En lo que a mí respecta, por mucho o poco que lo batalle internamente, no he podido eludir nunca el hecho de que mi vida se encuentre casi siempre en el centro de lo que decido escribir y de los talleres que quiero dar. Inclusive hoy, que escribo esto, es otro día más que eso se queda sin cumplir.


El taller que no se dio, de ahora en adelante, «paisajismo», de entre las cosas que he hecho, está entre mis favoritas de todos los tiempos. Ni siquiera el no haber podido compartirlo todavía con nadie más puede cambiar ese hecho y en ese hecho, descanso. Me lo ha recordado este pasaje:
Ha terminado el lavavajillas. Llama un hombre. He mirado fotos y no me ayuda; si recuerdo, es gracias a la memoria y a la escritura: las fotos dicen qué parecía yo, no qué pensaba, qué sentía; dicen lo que era yo para los otros, nada más.
Ahora que la vida parece tan centrada en imágenes y se nos pasa el día viéndolas y compartiéndolas, ¿qué menos que hacer «paisajismo»? es decir, ¿qué menos que abrir el espacio para notar lo que vemos? qué refrescante enfrentarse a lo que estamos viendo y preguntarnos qué nos gusta o disgusta de ello. Esa es finalmente la propuesta que no consigo trasladar.
Ahora que comienza a rondar una frase — tal vez demasiado simplista— que dice «stop consuming, start creating», quizás no estamos listas, disponibles o atentas al paso intermedio. Algo más parecido a «consume y date cuenta de lo que consumes, procede a crear, si debes». Es que es normal que no triunfe, no es una frase pegajosa, ni siquiera en inglés.
Ante mi puntual sensación de ausencia de éxito, mi acto de iteración en la página es el siguiente: seguir defendiendo el espacio donde venir a volcar lo que me parecía, lo que pensaba de aquello, lo que sentía.
Sin cierre.
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PD:

