chopped y queso
reflexiones de una primavera cada vez más corta
Se me empieza a olvidar lo que he dicho y no he dicho por este medio. Señal inequívoca de que he dicho mucho o — quizás — demasiado; serán ustedes las juezas. Pero estoy segura de haber mencionado antes que no crecí en un país con estaciones, debido a su proximidad con el ecuador terrestre y en consecuencia, las posibilidades climáticas para el día eran; calor infernal, calor infernal con una nube pasajera o calor infernal con lluvia para la cual las infraestructuras no estaban preparadas.
No me he dado a la tarea de comprobar la hipótesis de que esto forja un carácter, por naturaleza, muy distinto al de las personas que crecen en lugares con estaciones, pero en este punto estoy convencida alguien más ya lo ha corroborado y decido confiar en que estoy en lo cierto. Sin embargo, no es sobre lo que pretendía escribir hoy.
Una sutileza — o no— de vivir por aquí, es que no se sabe exactamente qué día va a hacer hoy, aunque se sabe mejor que en muchos sitios y peor que en otros. Se sabe el día que está haciendo y se sabe que terminará alrededor de las nueve y media porque estamos a finales de mayo y los días comienzan a ser generosamente largos en términos lumínicos.
Por tanto, se pregunta a menudo antes de salir de casa: ¿qué día hace? y es una pregunta que a priori no es obvia a quien, como yo, no siempre ha sido parte del mismo contexto geográfico. Una empieza a notar que la — cada vez más corta, acortada, apurada — primavera puede darte días que hacen muchas cosas.
En un día como ayer, por ejemplo, el día hace brisa y las nubes se muestran activas en el cielo. No se sabe entonces si es un día soleado o un día nublado porque no se decide a ser algo en específico, en cambio:
Hace el suficiente calor intermitente para secar la ropa y la suficiente cantidad de sombra para temer tener que precipitarse a quitarla de la cuerda repentinamente.
Hace el suficiente viento para traer todos los olores de las casas vecinas y del restaurante que mantiene económicamente vivo a este pueblo.
Hace el suficiente sol para que el canto de los pájaros sea incesante y límpido.
Hace poco más de la veintena de grados sin que haga falta consultar un termómetro o internet.
Por otro lado, un día como hoy, que hace bueno y además coincide con el sábado, algunas podemos ir a la playa. Se patentiza rápidamente que el día que hace, tiene un efecto mucho más lento en el agua del mar que en el resto de las superficies y somos pocas las bañistas que llegamos realmente a serlo. Se respira un cierto enorgullecimiento entre quienes con grititos entrecortados llevamos hasta el final la intención original que nos llevó a la orilla. No se respira nada, sólo soy yo sintiéndome mejor que el resto de las personas que no lograron meterse.
Cuando regreso a mi sitio, el viento también me trae la conversación vecina: la niña que está detrás le dice a su hermana que hay de Chóped y de jamón. Eso me hace pensar en lo loco que sería si la palabra Picado, o Enlonchas, fuera un tipo de fiambre en Australia. Al poco tiempo caigo en que Queso, ya es — de hecho — mucho más que queso y fue promocionado a significar salsa de queso fundido con chile, en Estados Unidos.
Me digo que las palabras también se descontextualizan geográficamente y terminan siendo otra cosa; llego a concluir que mi transformación por cambio de contexto geográfico es, a mis sesgados ojos, mucho más agraciada que la de Queso, o Chóped, y que inclusive si no lo fuera, no estoy segura de querer otra, y que sobre eso sí debería escribir.
Adriana
